Muchos son los días en los que me levanto como si mi cerebro se hubiese parado para hacer todo eso que hace que cuando llego a la oficina y me enchufo al café y el periódico (una tiene que estar informada por su profesión), me diga a mí misma: “uf, que descanso”.
Por Rosa Maestro @rmaestrom @Masola_Org
Es difícil comprender para muchas y sobre todo para muchos que llegar al trabajo sea motivo de descanso, pero si cuento todo lo que hice previamente quizás se llegue a comprender mejor: me levanté, me duché, hice café, levanté a las niñas, vestí a la pequeña, prepare los desayunos, me aseguré de que llevaban todo lo necesario para el día y sus actividades extraescolares…,
Las notas para las profesoras, las llevé a los primeros del cole, me sumergí en el atasco diario de las grandes ciudades, dí unas cuantas vueltas con el coche hasta que encontré sitio, recogí del coche mi bolso y la bolsa con los zapatos de tacón y el termo con café o te, compré el desayuno y un par de sándwiches porque suelo llegar tarde a comer a casa, caminé un rato hasta el edificio donde se encuentra mi oficina y me adentré en un ascensor que me llevó hasta la décimo tercera planta.
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Ni que pensar, una vez me he tomado el café y he descansado, del día que me espera como mujer y profesional (reuniones, acuerdos, teléfono, email, reportajes…), ya ni hablamos de la salida del trabajo y las tardes familiares.
¿Y entonces me digo… compensa ser madre? Sí, es mi respuesta porque es lo que más desee en mi vida y no lo cambiaría por nada en el mundo, pero no nos lo ponen nada fácil… porque cuando te ves pintándote el ojo y los labios, o pasándote la plancha por el pelo minutos antes de entrar a trabajar y en el cuarto de baño contiguo a la oficina siempre me digo ¿qué hemos hecho las mujeres para merecer esto?
Muchas de ellas me dicen, !tú aún tienes más porque eres madre soltera, aunque elegido!. Y a mí me quedan siempre ganas de decir: no mucho más que a ti, aunque no siempre es así, porque mujeres con suerte y bien acompañadas, aunque las menos, también las hay.
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Y en estas que la duda sigue ahí… ¿madre o mujer, mujer o madre? Y entonces una amiga, filósofa, y me dice… “Al final (y al principio) tanto la maternidad, como la enfermedad, como cualquier aspecto trascendente de la vida, tiene que ver más con la idiosincrasia que con el suceso en sí. Para muestra, mi botón. Achacaba mi deseo al instinto irreprimible por gestar y vincularnos que se nos presupone naturalmente a las mujeres, pero debido a mis lecturas y a la experiencia he aprendido que el maternaje era también una imposición cultural: destino, profesión única y exclusiva vía de reconocimiento femenil.
A las mujeres sólo se les permitía realizarse criando a sus polluelos en el corral doméstico, sirviendo, y ejerciendo de eficientes coach de sus maridos. Pero lo de “vivir amando, amar sufriendo, sufrir callando y siempre sonriendo” nunca fue lema aceptable para mí. Escapé de la estafa misógino-romántica, pero no del todo. Tuve a mis san@s y precios@s hij@s gracias a la procreática, y me volqué de lleno en ell@s.
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Mi maternidad elegida me supuso estar nueve años sin varón, pero principalmente nueve años sin que yo fuera el centro de mi universo, porque el gran foco que acaparaba toda mi atención eran mis pequeñ@s.
Engendrar y parir no nos hace más mujeres ni mujeres completas (salvo para el discurso patriarcal que impone una maternidad forzosa); en cambio, la función maternal sí puede socavar nuestra feminidad si no aplicamos el sentido común. Porque somos seres sexuados, individuas con ambiciones profesionales legítimas, sujetos que no entienden el amor como abnegación de sí sino al contrario, ciudadanas de primera… Así que desperté y me reubiqué.
El centro soy yo. Había entendido al fin que por sobre la madre siempre está la mujer, y que amarme a mí, dedicarme tiempo y placeres a mí, no era en absoluto incompatible con cuidar y querer a dos personitas genéticamente emparentadas conmigo.
El nacimiento de mis hij@s no ha sido el día más importante de mi vida. Ni lo fue mi primer rappel, bucear en la gran barrera australiana, o sentirme embriagada de amor sensual.
El mejor día de mi vida es hoy, puesto que es la suma de todos mis momentos. Ser madre es mucho, pero no es todo. Entender esto, sí que es realizarse”.
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El autoanálisis viene después…”ni soy tan madre como para abandonar mi amor por mi profesión, por aquello que tanto me gusta, ni tan mujer como para dejar a un lado la maternidad”.
No, no me he realizado más por ser madre ni tampoco por ser profesional… Me realizo solamente siendo mujer, siendo yo misma, queriéndome a mí misma, gustándome, mejorando…
Mientras tanto lucho por ese derecho nada reconocido a las mujeres que no queremos anclarnos en una sola faceta en nuestra vida, y en las dificultades que la sociedad nos impone cada día para hacernos cada vez más difícil nuestro afán polifacético, queriéndonos obligar a elegir y aún más queriéndonos hacer sentir culpables de nuestra elección.
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No tendríamos por qué elegir, si la conciliación de la vida laboral con la familiar fuese una realidad y no un mito al que recurrir durante las campañas electorales para conseguir adeptas a la causa común y única de los miembros de un Gobierno, para los que la mujer y su idiosincrasia son solo “cosas de mujeres”.
Pero tampoco tendríamos que sentirnos culpables por decidir libremente no tener hijos, ni la sociedad tendría que vernos como ambiciosas o incompletas por nuestra libre elección; como no nos tendríamos que sentir mal por querer seguir siendo mujeres cuando nos adentramos en la maternidad, inteligentes y competentes, sin sentirnos culpables o malas madres por no serlo las 24 horas del día como si nuestro mundo de mujer acabase en el mismo momento en que parimos.
Porque madres o profesionales, o madres y profesionales, de lo que no nos tenemos que olvidar nunca es de no dejar de ser mujeres.