Veinte años no son nada. Veinte años son mucho. Veinte años son mucho cuando son veinte años sin tí.
Hoy me fui a ver tu Madrid, ese Madrid que tanto te gustaba, el del centro, el del callejeo, el del picoteo. Y por fin fui capaz de viajar hasta tu Sevilla. Apenas había vuelto si no de paso, o por un fugaz mal encuentro amoroso con otra Sevilla, no tu Sevilla. A tu Sevilla, a la de la Macarena, a la de Triana, a la del Cristo del Gran Poder, a la de esas Semanas Santas de gazpachito y pringaita, a esa todavía no he regresado.
Una vez me enviaron un juego de estos tontos por correo electrónico, cuando comenzaba lo del correo electrónico y todavía hacíamos caso a los mensajes tontos, los compartíamos y nos reíamos. Ahora ya cuando abro el correo observo 85 mensajes sin leer y directos a la papelera. ¡Ay que se me olvida!, veinte años no son nada y son mucho, porque tú no llegaste a conocer esto del email, ni siquiera teníamos móvil. Te cuento entonces que una de las preguntas decía: ¿a qué amigo llevas más tiempo sin ver? A ti. Tú eres el amigo al que más tiempo llevo sin ver, y al que muchas veces tendría más ganas de ver.
Puede que no nos reconociésemos, porque no tengo nada que ver con aquella niña que dejaste superándose a sí misma, aprendiendo a amarse y disfrutar del color gris; ese color que tanto te gustaba.
Y te echo de menos, a pesar de los veinteaños. Echo de menos tus carcajadas, tu picardía, tu amor por la vida, tus ganas de aventura, tu sensibilidad… Todo, lo echo de menos todo, todo eso que me dejaste como legado.
Aún recuerdo, cuando con esa mirada perdida, esa que siempre me dice que queda poco, queda menos, queda nada… cuando con esa mirada me dijiste: “tienes que aprender a amar el gris, no todo es blanco o negro, y te estás perdiendo lo maravilloso que es el gris”.
Me encantaría contarte que lo descubrí poco después de marcharte y que me encantaría decirte lo mucho que lo he disfrutado.
Me gustaría decirte que hay muchos días que me visto de gris, que esos días soy muy feliz, y que el gris es uno de mis colores favoritos…
Y recuerdo cuando volviste a mirarme, en esta ocasión con sorna y me dijiste, tú, hombre amante de hombres, tú me dijiste: “te enganchó y no olvides que es una marica del tres al cuarto; te hará sufrir, ese hombre no es hombre”.
Tú, hombre amante de hombre, que veías al capullo siempre antes de que se convirtiese en flor, siempre en mis ojos, en el de los demás… Me gustaría decirte que también aprendí a distinguir, que aprendí a amar y a dejarme amar, pero sobre aprendí a amarme a mí misma.
Y también aprendí mucho sobre la amistar. Tarde mucho en encontrarla de nuevo, en atreverme de nuevo a la amistad con complicidad, a saber dónde está la verdadera amistad.
Habías sido tanto… Y la encontré. Mucho más tarde. Con las mismas carcajadas, con los mismos momentos sin ton ni son, esa amistad que regresa con una simple llamada… Y mira que he intentado que me cogieses también tú el teléfono desde entonces, pero nada, debe ser que no hay cobertura en el más allá.
Me dejaste mucho, en poco tiempo; me lo dejaste todo…
Me dejaste aquel carruaje al que me invitaste a subir, cuando tus piernas, tus flacas piernas apenas podían caminar ya. Y me dijiste: “sube, mi princesa”. Y vimos Sevilla, al paso de los caballos…Y me dijiste: “Nunca un hombre te tratará como una princesa, eres demasiado princesa para que lo vean, por eso tienes que dejar de ser princesa para convertirte en la reina de tus propios sueños, de tus propios proyecto, de tu vida”.
Quiero volver a Sevilla. A mi Sevilla de siempre, a la de la Macarena, a la de Triana, a la del Cristo del Gran Poder, a la de las Semanas Santas de gazpachito y pringaita…
Quiero volver y encontrarme contigo… Y ese día, el que ya no esté, quiero que vengas tú a buscarme, también tú, con el carruaje y el paso del coche de caballos, que no sea mi príncipe el que me lleve de la mano, que seas tú… ¿tenemos tantas cosas que contarnos?