Me llamo Yasna y tengo 38 años. Mi pareja es Karen, y tiene 30 años. Las dos somos de Chile y llevamos siete años de relación. Nos conocimos una buena noche, en una de esas salidas discotequeras y comenzamos una relación, que puedo decir que no ha sido nada fácil. Hace tres años uno de esos altibajos se convirtió en bajo y como decimos acá, tuvimos un quiebre grande, que culminó con una separación de seis mejes, pero con el tiempo volvimos a darnos una oportunidad.
Hemos sido muy felices, y hemos viajado y cumplido todos nuestros sueños como pareja, hasta que un día nos dimos cuenta de que nos faltaba algo para que nuestra dicha fuese completa.
Rosa Maestro @rmaestrom @Masola_Org
Chile es un país donde aún la homosexualidad no está muy tolerada, y no hay apenas posibilidades para parejas como nosotras. Con todo esto en contra, y con poco a favor, decidimos no rendirnos y comenzar a averiguar qué opciones tendríamos. Las clínicas, acá, están totalmente enfocadas a la pareja heterosexual, pero de pronto oímos hablar de una que llegaba desde España. Era el IVI. Se nos abría una puerta, porque rápidamente contactamos con localhost, y su fundadora, Rosa, nos habló de un convenio que había establecido con la clínica para parejas de mujeres y que era extensible a Chile.
Nos acercamos a la clínica y en poco tiempo, después de recibir toda la información, nos pusimos manos a la obra. Comenzamos el proceso, que jamás pensamos que sería tan largo, porque como todas sabéis en esto de la reproducción asistida se sabe cuándo se comienza pero no cuando se termina. Pruebas y pruebas y cuatro inseminaciones fallidas en nuestro historial. Y con mucha pena y frustración porque en Chile estos tratamientos son tremendamente caros.
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El desgaste emocional y económico había empezado a hacer mella y ambas decidimos darnos la que sería nuestra última oportunidad: una fecundación in vitro. Nuestra economía solo podía acoger este último tratamiento que ya se disparaba de nuestro presupuesto. Era lo último que haríamos por ser madres.
Y esta vez fue. Cuando nos dijeron que en esta ocasión si había resultado positivo no podíamos dejar de llorar porque por fin íbamos a tener nuestra familia.
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No fue fácil. El embarazo fue complicado: síntomas de perdida y también hiperémesis gravídica constante (lo que comúnmente conocemos por náuseas y vómitos). Lo pasamos un poco regular. Sobre todo Karen, que fue quien llevo todo el peso del embarazo. Mi parte era fundamentalmente emocional.
Al poco tiempo llegó una nueva sorpresa. Nos enteramos de que eran dos; y no mucho más tarde que sería varón y hembra. Ahí comprendimos lo mucho que mereció la espera. La vida nos hacía el mejor regalo.
El 18 de enero de este año, a las 07:55 horas de Chile, nació Leonor y a las 07:58 horas, el pequeño Baltazar. Han pasado dos meses llenos de amor. Nos ha cambiado la vida, a mejor. Nos ha dado un giro de 180 grados, pero grados de enorme felicidad.
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Nos quedan algunas pequeñas cosas por atar. Esperamos que algún día en Chile, nuestra unión civil sea una realidad. Nos gustaría casarnos para protegernos como pareja, ya que lamentablemente yo no tengo ningún derecho sobre los niños y tenemos al aire temas tan importantes como la custodia compartida de los peques.
Nos hemos animado a contar nuestra historia solo con el objetivo de si alguna mujer nos escucha y le sirve para dar un paso adelante. Y de decirles a todas, que no se rindan, porque al final lo que más cuesta es lo que más feliz te hace.