Siempre había soñado con ser madre. Sin embargo, mi viaje hacia la maternidad no fue el que había imaginado. Después de algunos años intentándolo, me encontré con la amarga realidad de que mis propios óvulos no eran una opción viable. Fue una etapa difícil, llena de incertidumbre y miedo.
El primer paso hacia la donación de óvulos fue, para mí, el más aterrador. Me invadían preguntas: ¿Cómo sería el proceso? ¿Me sentiría menos madre? ¿Sería capaz de amar a un hijo que no llevara mi sangre? Esos pensamientos me atormentaban.
Pero, a medida que investigaba y hablaba con mujeres que habían pasado por lo mismo, empecé a ver la luz al final del túnel.
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Una de las cosas que más me ayudó fue conocer a un grupo de apoyo a través de Masola porque en aquel momento estos grupos eran presenciales en la propia clínica en la que iba a hacer mi tratamiento.
Allí, mujeres como yo compartían sus historias y experiencias, y poco a poco, comencé a desmitificar lo que pensaba sobre la donación de óvulos.
Escuché testimonios de madres que sentían un inmenso amor por sus hijos, independientemente de la genética.
Madres que decían que si les decían ahora que podrían ser madres con sus propios óvulos jamás cambiarían nada de lo sucedido. Eso resonó en mí y comenzó a calar hondo en mi corazón.
Con cada conversación, mis miedos se fueron desvaneciendo. Aprendí que el acto de ser madre va más allá de la biología.
Se trata de amor, de cuidar, de apoyar. Y aunque el camino no fue fácil, entender que la donación de óvulos significaba darme la oportunidad de experimentar la maternidad que tanto anhelaba me llenó de esperanza.
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Finalmente, me decidí. Pasé por el proceso de selección y, tras muchos exámenes y consultas, encontré a una donante cuya generosidad me permitió ser madre. Cuando finalmente sostuve a mi bebé en brazos, supe que mi amor por ella no dependía de la biología, sino de cada instante que pasé esperando su llegada.
Hoy, miro hacia atrás y me doy cuenta de que perder el miedo fue el primer paso para encontrar la felicidad. En este viaje, aprendí que la maternidad es una experiencia que se nutre del corazón, y no de los genes. Estoy inmensamente agradecida por la oportunidad de ser madre y por todas las mujeres que compartieron sus historias conmigo. Gracias a ellas, y a mi hermosa hija, sé que el amor no tiene límites.
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Os cuento mi historia, de forma anónima porque hay parte de mi familia que no conoce el origen de mi hija por donación de gametos, por si os puede servir de ayuda