Madres por adopción. A menudo me despierto observando su pequeño y colorido rostro. La miro y remiro. La beso, la veo tan bonita, tan bien hecha. Noto su respiración y su descanso, porque descansa feliz, apoyando su cabecita en mis pechos y rodeándome cuando despierta.
Cuando despierta, lo primero que me dice es: “mamá te quiero, hasta más que la Luna; eres la mejor mamá del mundo”.
Rosa Maestro @rmaestrom @Masola_Org
Mi pequeña tiene nueve años, y está conmigo desde los dos añitos, aunque nos conocimos a sus nueve meses de vida. Desde que está conmigo, desde que terminamos el vía crucis de su adopción, que mucho nos aportó a ella y a mí…, desde ese momento, no hay día que no me acuerde de ella, que no tenga un momento para ella, para su otra mamá.
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A mi niña le costó mucho vincularse a mí, querer, amar, confiar…Le costó mucho porque estuvo dos años a la espera, bien cuidada, pero sola en una cuna, sola en un columpio, sin besos, sin su mamá.
Era tan sencillo de entender: no conocía lo que era una mamá. Y yo espere a que ella estuviese preparada, a que se encontrase conmigo, a que descubriese que la quiero para siempre, que la quiero de forma incondicional, que ha sido el mejor regalo que me ha hecho la vida, porque la vida me la regaló, porque la naturaleza me la entregó.
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Y no hay un solo día desde entonces que no piense en ella, en por qué, en qué le paso, en cuáles fueron sus circunstancias, en qué mal momento tropezó con el amor y el desamor, en si fue culpa de su cultura, de su pobreza, de su inmadurez o de su desarraigo emocional.
Esto último no, porque claro lo tenía, intentar que ella, su hija tuviese la mejor vida posible… hacía pocas horas que le había dado el pecho por última vez, decía el informe de la policía, y la dejo calentita, con un traje de lanita blanco y rosa.
Y no hay día que no piense en lo mucho que me gustaría hablarle de ella, de lo mucho que la amo, de lo mucho que la ama su familia, de lo lista que es, de lo guapa que está creciendo, de lo mucho que empieza ya a sonreír, de sus carcajadas, de sus miedos, de sus inseguridades, de cómo empieza ya a afianzar su personalidad y de cómo dibuja orgullosa a su mamá, a su familia.
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No, no siento celos de su otra madre. Me encantaría poder saber, entender, quererla también… contarle, explicarle…Y no puedo dejar de pensar en su dolor, sin saber de ella, por su hija, desde aquel día (aunque algunas personas me digan que en ciertas culturas la maternidad no se entiende igual).
No, yo me niego. Ser madre es igual en todas las culturas… duele igual. Un hijo no desaparece del corazón de una madre así porque sí, aunque unas culturas tengan un concepto de la aceptación del dolor, de la sumisión o de la resignación diferente a la mía.
No, esa madre camina sin su hija y se preguntará tantas cosas…No hay amor tan grande como el amor de un hijo cuando se tiene, pero tampoco hay dolor más grande que la perdida de un hijo, se pierda como se pierda.
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“No abortes, dale en adopción”, oigo a menudo en estos días, como si dar un hijo en adopción fuese regalar unos zapatos que ya no usas. No, tengo una hija adoptada y no deseo que los niños vengan al mundo para ser adoptados; no, no quiero ver niños en sus cunitas en su silencio esperando a que llegue una familia, la suya.
No, cuantos menos niños tengan que ser adoptados, menos dolor, para los niños y para sus madres.
Abortar tampoco es plato de gusto para una mujer, también dice adiós a su hijo, aunque siempre defenderé la libertad de decisión. Tampoco quiero que las clínicas se llenen de mujeres que quieren abortar.
Es una libre elección, pero que muchas toman por desinformación, depresión o desapego. Una libertad a la que muchas veces nos vemos abocadas por miles de circunstancias sociales, económicas o emocionales.
No, quiero que haya educación sexual y emocional, que evite tanto dolor, a las mujeres y a sus hijos. Pero cuando no la hay, por favor, dejen que las mujeres decidan sobre su dolor, sean ellas quienes elijan cómo quieren llevar el dolor de la pérdida de un hijo y no las obliguen, ni a una forma, ni a la otra; que sean ellas. Y no olviden, que en un aborto sufre ella; en una adopción, sufren los dos.
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