Madres por reproducción asistida. Esta es la historia de un andaluz y una catalana predestinados a conocerse gracias a una celestina en la ciudad de Girona. Recuerdo aquel día con gran emoción ya que tuvimos una gran conexión desde el primer momento.
Los dos éramos treintañeros solteros, resabiados de relaciones largas e infructuosas. Aún no sabíamos qué sería de nuestra amistad y ya estábamos compartiendo lo que queríamos en la vida y lo que no, entre otras cosas la cuestión de los hijos.
Claudia Carrión
Curiosamente los dos habíamos tenido una pareja anterior que por razones varias no había querido tener hijos, siendo éste uno de los motivos principales que nos había llevado a la ruptura en ambos casos, así que quedaba latente que ese tema era importante para nosotros.
Toda la vida habíamos usado métodos anticonceptivos para no tener un bebé no deseado por lo que ahora que dábamos rienda suelta a las pasiones ,debía ser coser y cantar. Era una simple relación: tener sexo sin precaución era igual a embarazo.
Afronté el reto con emoción pero sin esperar quedar embarazada a la primera… Y así fue, ni a la primera, ni a la segunda, ni al cabo de medio año; fueron cuatro tristes largos años hasta que llegó el tratamiento artificial.
Con aquella señal orgánica que me recordó que el ciclo seguía su curso conocí la frustración de no conseguir lo que tan fácilmente lograban otras.
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Cada mes, tras la ovulación, atenta a las señales a las que antes no hacía ni caso. Hoy pienso que probablemente ya estaban, simplemente que en esos momentos yo las identificaba como posibles signos de embarazo: que si sangro un poquito cuando no toca, que si un pinchazo agudo cuando camino fuerte, el aumento de los pechos, etc.
Luego de eso venían los comentarios de las pocas personas (amigas íntimas o terapeutas) que sabían que “lo estábamos buscando”: no te agobies, tranquila ya llegará, cuando dejes de buscarlo os quedaréis, tomate esto, haz esto otro, seguro que lo conseguís en las vacaciones que estaréis mas tranquilos.
Iniciamos un ciclo que dura el tiempo que toque en cada una, a mi me daba por épocas, sobretodo cuando estaba menos ocupada en el cual parecía que el mundo estaba lleno de embarazadas o mamas con carritos… Por la calle, en el transporte público, ufff y que decir de los centros comerciales.
Todos esos pensamientos forman parte de esa pequeña obsesión que no te deja ni a sol ni a sombra y creo que pueden ayudar a entender a quien lee estas lineas la angustia interna por la que una mujer puede pasar en su proceso de infertilidad.
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Posteriormente le llegó ese sentimiento a mi pareja, aunque en su caso tardo años en florecer. Cuando por fin sucedió me sentí acompañada, pues hasta entonces me sentía incomprendida por él ya que cada vez que soltaba algún improperio él me reprendía.
Pasado ese primer año, comenzamos a hacernos pruebas en la Seguridad Social. Cual fue mi sorpresa al ver el diagnóstico en la derivación al especialista que me hizo mi ginecóloga: Esterilidad.
No lo podía creer, aún no sabíamos que pasaba y ya nos habían puesto una etiqueta; al parecer el principal criterio diagnóstico es llevar mas de un año teniendo relaciones sin protección y no haber quedado embarazados.
Nos hicieron todas las pruebas pertinentes y me volví una experta en la interpretación de seminogramas y salpingografias. Os podéis imaginar la locura de la búsqueda entre blogs, foros y etc. El resultado final después de otro año mas de espera resultó ser “causa desconocida”.
En esa última visita nuestra especialista nos contó que al final d lo que importaba era que siendo así ya podíamos ponernos en cola de la seguridad social para la Fecundación in Vitro, que en esos momentos tenía una lista de entre dos a tres años de espera, que si no queríamos esperar siempre podíamos hacerlo en la privada de hecho en ese mismo hospital tenían esa opción.
La recuerdo felizmente explicándonoslo como si esa fuera nuestra solución (que lo fue), y mi angustia iba creciendo. Yo toda enrabietada pensando porque tenía que hacerme un procedimiento artificial si no me habían encontrado “nada”.
Recuerdo que las enfermeras entraban y salían de la consulta como si fuera la puerta del metro y sin poder resistirlo di un golpe en la mesa y me quejé por ello, para mí era muy importante eso de lo que estábamos hablando aunque para ellas fuéramos el pan de cada día.
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Así que mi ginecóloga hizo un gesto con la cabeza hacia la última que había entrado y esta cerró tras de si la puerta.
Al cabo de tres meses de esa visita por arte de magia un día descubro que estábamos embarazados, cual si no fue mi sorpresa. Tenía un leve retraso de unos días y sangraba pero muy poquito, así que le dije a David esto es raro en mi, vamos a comprar un test.
Y efectivamente, lo estaba, de poco, pero lo estaba y ahí mi angustia porque aunque poco sangraba. Fuimos a urgencias y me dijeron que era normal, que hiciera vida normal y que si se tenía que quedar se quedaría…
Esa era entonces mi vida normal, sin parar en todo el día, así que en menos de una semana, tal y como vino mi angelito se fue.
Ahora que lo veo con la perspectiva del tiempo, me doy cuenta de que tenía que haberlo mandado todo al carajo y haberme quedado en casa panza arriba, pero ya se suele decir, que agua pasada no mueve molino.
Al menos si os puedo decir que de aquello aprendí. La opinión mas importante para mi, que era la de la ginecóloga que me llevaba el proceso de esterilidad, fue: “esto es un aborto bioquímico que no se puede considerar ni tan siquiera embarazo, con ello no podemos asegurar nada, continuamos igual que estábamos”.
Con resignación salí de su consulta sin ninguna esperanza por su parte, enfadadísima y dispuesta por mi parte a probar todo lo que estuviera en mi mano antes de que me llamasen para el procedimiento artificial, esa fue mi fecha límite.
Nos inscribieron en lista de espera en febrero de 2015 con el número 1361, para quien no lo sepa ese es el número que refleja la cantidad de mujeres que había por delante de mí.
Comenzamos tomando complementos de farmacia para mejorar la ovulación y la calidad del semen de mi pareja recetados por especialistas.
Paralelamente yo asistía a terapia psicológica que me fue de gran ayuda para superar la enfermedad y muerte de mi padre; también comenzamos a enfocar mis emociones con relación a este problema, lo que hizo en cierto modo disminuir la angustia que me generaba.
Rondando ya el tercer año de búsqueda, me dio por llamar al hospital para averiguar cuanto había bajado el número, íbamos por el 600.
El tiempo se me venía encima por lo que comencé a probar de forma casi compulsiva innumerables terapias alternativas con el fin de alcanzar mi propósito: la moxibustión, la omeopatia, la acupuntura, la terapia con oligoelementos, infinidad de talleres danzados para conectar con tu parte femenina y despertar la fertilidad, constelaciones familiares, biodescodificación, osteopatía ginecológica, técnicas de relajación, respiración para la fertilidad, reiki, mindfulness.
Hice un viaje a Madrid, para asistir como oyente al II Congreso Español de EMDR que curiosamente tenía como temática el tratamiento del trauma perinatal. Allí tuve conocí a Phillis Klaus, psicoterapeuta EMDR e hipnoterapeuta de prestigio internacional con mas de 30 años de experiencia.
Philis me invitó a hacer una sesión privada en su habitación de hotel de forma totalmente altruista. Aunque trabajamos largo y tendido sobre varios aspectos, la conclusión final tenía que ver con mis reticencias a ser madre de forma artificial. Todavía hoy se me saltan las lágrimas cuando lo recuerdo.
Quedarme embarazada de forma natural tenía que ver con la magia de la vida, con la sorpresa, la normalización, el proceso de la vida como seres humanos, animales, que formamos parte de la naturaleza. Entonces Philis me hizo reflexionar a través de sencillas palabras, dichas con tanto amor y cariño que abrieron mi corazón a la única oportunidad que realmente tenía.
Philis con esa mezcla de sabiduría y ternura que te transfiere una mujer anciana me dijo: “no importa como un bebé sea concebido, lo verdaderamente importante para ese bebé que viene al mundo es que su papá y su mamá se amen y tengan el deseo de formar una familia y de estar juntos. Eso es lo importante”.
Cada mes cuando tenía el periodo estaba más cerca de la fecha límite y ese proceso que yo necesité vivenciar me hizo “darme cuenta” de que si no había mas opción, tenía que transigir con la fecundación artificial. Aún así continuaba resistiéndome a mi destino.
Llegó noviembre 2016 y en una de esas llamadas en las que hacía para ver como había bajado el número me confirmaron que ya podía solicitar cita con mi ginecóloga para iniciar el proceso.
Mi tiempo de búsqueda del embarazo de forma natural se había acabado.
Iniciamos el tratamiento, que en mi caso duró siete semanas; cada cuerpo responde a la medicación de forma diferente.
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Esperamos a la menstruación posterior y proseguimos con la estimulación. Por tener ovarios multifoliculares tenía peligro de padecer el síndrome de hiperestimulación ovárica por lo que los doctores que me llevaban decidieron comenzar con una dosis baja.
Tan baja que al cabo de dos controles tuvieron que aumentarla pues no surgían los suficientes. Esto acarreó que al final de la cosecha tuviera más de 20 ovocitos pero de dispares tamaños, desde muchos pequeños hasta varios de mas de 22 cm.
Al final de tantos, nueve fueron viables para la fecundación. El disgusto fue mayor cuando supe que de los nueve solo habían fecundado cuatro.
La doctora nos dijo que era algo que podía pasar y que todavía la ciencia no había evolucionado tanto como para saber porque un óvulo sano al que le inyectaban un espermatozoide igualmente sano no llegaba a fecundar.
Eso reducía nuestras probabilidades en condiciones de laboratorio a menos de la mitad, lo que me hizo pensar en que cuando lo intentábamos de forma natural la probabilidad aun era inferior.
Aunque leí mucho sobre si hacer reposo o no tras la transferencia seguí mi instinto dictado por mi anterior experiencia de pérdida y todos aquellos días hice reposo relativo.
No de la cama al sofá, pero tampoco mucho más. Me dí y mi pareja me dio todos los caprichos que me vinieron en gana tanto en lo que se refiere a la alimentación como en lo intelectual. Fueron días de relax en mi casa .
Al cabo de los once idílicos días recibí la esperada llamada. Me comunicaban que la beta había sido positiva (estaba embarazada).
En la quinta semana y tras hacerme el control ecográfico me aseguran que el embarazo no había evolucionado ya que para esa fecha tenía que verse el latir del corazón. Yo me quería morir.
Salí furiosa con el mundo entero, estaba segura de que todo iba bien, no podía creer lo que estaba pasando después de tantas semanas de espera y cuando por fin pensaba que me iban a dar una buena noticia me dieron un hachazo.
Hablé con mi marido y me dijo: “tranquila, espera a ver qué pasa”. Él totalmente confiado, tal vez porque no había escuchado la sentencia del doctor muerte.
Dejé de tomar la progesterona y me quedé esperando recibir el sangrado y así pasó un día, otro día y hasta la semana entera, cada amanecer cuando me despertaba comprobaba si todo seguía igual.
Confusa asistí al siguiente control, mi pensamiento se debatía entre dos creencias: o me iban a recetar algún coctel explosivo para ayudar con el expulsivo o el embrión continuaba ahí como un pequeño milagrito.
Pasé a consulta y me quedé pidiendo a todos los entes conocidos que si el embrión estaba bien siguiera conmigo. Me tumbé y la doctora comenzó a explorarme, al cabo de unos segundo me dijo: “Es un superviviente”.
Ese día si que se me escaparon las lágrimas. Mi doctora continuo con su cautela y me dijo que aún teníamos que esperar una semana mas para darme el alta definitiva.
Ya podíamos considerar que teníamos un embarazo “normal”. Aun así, habiendo aprendido de mi anterior experiencia continué con mi reposo relativo hasta las 12 semanas donde por fin su papá y yo pudimos ver su carita y nos confirmaron que no había riesgo de ningún tipo.
Hoy por hoy, lo importante es que contamos con 30 semanas de embarazo, los dos tenemos buena salud y su papá y yo hemos comenzado a preparar nuestro nidito para recibir, cuidar y darle todo el cariño del mundo a nuestro pollito.