Hacía tiempo que deseaba hacer esta ruta. Y por fin llegó su momento. Decir que la Costa da Morte se puede convertir en uno de esos destinos habituales, sobre todo si viajas con niños.
Rosa Maestro @rmaestrom @Masola_Org
Comenzamos ruta hasta Arzúa, larga ruta todo hay que decirlo, donde nos alojamos la primera noche para reanudar ruta al día siguiente. Buen calzado, capas para la lluvía (en Galicia los paraguas solo sirven para jugar con el viento), ropa de abrigo y quien sabe, igual hasta tenemos suerte y nos sale el sol.
Y la tuvimos, porque amaneció un día esplendoroso. Un día en el que nos encontraríamos con playas desiertas, acantilados y ensenadas. Un paisaje como no hay ningún otro. Un paisaje que me recordó muchos otros destinos, muchos otros países, todos juntos en unos cuantos kilómetros que merecen la pena ser recorridos despacio y detenerse en cada uno de sus miradores.
Desde la antigüedad se consideró esta zona como el “fin del mundo” y cierto es que si el recorrido se hace en uno de esos días en los que el mar desata toda su furia, se comprende que el final debe ser muy parecido a lo que la vista llega a alcanzar: tenebroso, virulento, negro, mágico, con personalidad, autoestima, bello y en paz.
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Comenzamos nuestra ruta en la localidad de Muros y terminamos en Malpica de Bergantiños, aunque no desaprovechamos la ocasión para volver a visitar A Coruña y la fascinante Santiago de Compostela. Con parada en Louro (alberga una playa que es una pasada) y parada en Carnota (donde hay que parar a visitar el hórreo más grande de Galicia). En este primer tramo, no podremos olvidar las playas de Langosteria, de Área Mayor y la de Ancoradouro, fascinantes, inmensas, vacías, y con sol. Sí, tuvimos esa gran suerte y las niñas disfrutaron un buen rato de sus finas arenas blancas, de risas, carreras y fotos.
Aún con el sabor de esa mariscada en una preciosa terraza de Carnota (pulpo, navajas, gambones…) seguimos ruta hacía el Mirador de Ézaro (sus vistas son infinitas), donde las niñas descubrieron la inmensa belleza de nuestro país. A sus pies una preciosa cascada, donde el río Xallas desemboca y rompe en cascada al mar. Un lugar que recuerda a esas películas de nuestra infancia como “El lago azul”. Solo una pega: demasiada gente, demasiados turistas que rompen el silencio y la paz interior que un sitio como este trasmite.
Y de ahí a Finisterre…. ese cabo que tanto hemos estudiado de pequeños. Magestuosa puesta de sol. El resto de viaje pidieron constantemente volver a Finisterre, volver a presenciar otra puesta de sol igual… Volvimos, pero ya no tuvimos tanta suerte. Lo que vimos fue una gran puesta de nubes.
Seguimos camino de Muxía y Camariñas (puebló éste ideal para comer, de nuevo marisco – vieras, zamburriñas, percebes…lo probamos todo). Parada imprescindible en el Santuario de Muxía. !Qué bravura la del mar! Esplendorosas las olas arrebatando al acantilado su protagonismo.
En Camarillas se puede ver el Cabo Vilán o Vilano, posiblemente el más bonito de todo el litoral norte.
Empapadas, porque ese si que fue un día de lluvia, tal y como dicen los lugareños que hay que ver la Costa da Morte, emprendimos camino de nuevo y he ahí donde entre recoveco y recoveco, porque hay que adentrarse y descubrir, hicimos eso, descubrir una de las playas más hermosas que jamás haya visto: la playa del Lago. Por momentos olvidamos que estábamos en Galicia y creí volver al pasado y estar recorriendo aquellas salvajes playas de Costa Rica a las que nada tienen que envidiar las de la Costa da Morte. En otro de esos recovecos las niñas descubrieron la playa O´Muiños. Divinas, solo eso puedo decir.
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El tercer día, hicimos el trayecto de Camariñas a Laxe. Fue el mayor descubrimiento. Desde Cabo Vilán, donde descubrimos que fue en 1847 con Isabel II cuando se impulsó el primer gran proyecto de alumbrado de nuestras costas y la ubicación de la mayoría de nuestros faros, nos adentramos – por curiosear – por una carreterucha a la izquierda sin asfaltar. Bordeamos la costa a ras del mar con unas vistas impresionantes a la par que tenebrosas por el viento y la lluvia que las azota. Es este pequeño recorrido el que más impresionadas nos dejó. Las niñas quedaron boquiabiertas ante su magnitud y esplendor – está camino del cementerio inglés -.
Antes de llegar a Laxe, no dejad atrás la playa de Traba. Es inmensa, preciosa y la más salvaje de todas las hasta ahora vistas.
El final del recorrido será el pueblo de Malpica de Bergantiños, con un precioso y recogido puerto marítimo. Aquí no hay que dejar de ver el Cabo Nariga, que simula un barco de piedra que reta al mar.
Desde aquí hacía La Coruña, donde disfrutamos de una maravillosa tarde de sol en la Plaza de María de Pita, de su puerto, de sus cafés, tartas y pasteles, y de las compras… ¡que menos que algún que otro souvenir! Y el regreso pasando por la majestuosa, mágica y encantadora Santiago de Compostela. LLegamos a tiempo de escuchar un acogedor concierto de música clásica en su Catedral, del sonido apaciguador y sanador de sus calles y, por su puesto, no nos podíamos irnos sin esa tapita de mejillones y un vinito blanco que los acompañase.
Un viaje en el que los niños disfrutan de la naturaleza salvaje, playas interminables, se acercan al marisco y aprenden a disgustarlo y disfrutarlo, corren con el viento, se asoman a los acantilados, descubren la majestuosidad y el respeto al mar, aprenden de la historia de nuestro país y vuelven con ganas de volver.