Vivir sin miedo. Últimamente cada día que me levanto, no sé si ya por mi edad o por la experiencia, me siento más libre, con más ganas de seguir defendiendo mi vida, mi forma de pensar, mi forma de sentir, de amar o de vivir.
Y últimamente, cada día, cuando me asomo al precipicio de la cotidianidad, veo más caras asustadas, tristes, abrigadas por la rutina y sin dejar un resquicio que asoma al valor, a vivir sin miedo.
Nos vuelven a inculcar el sentimiento de culpabilidad, de no merecer vivir como queremos sino como nos manden y, sobre todo, volver a vivir con miedo. Nos han asomado a ese precipicio y nos ha dado vértigo, nos ha dado pavor porque nos lo han dibujado muy negro.
Sí, se vuelve a vivir con miedo, como me contaron una vez mis abuelas que se vivía (las mismas que me dejaron después ser libre y me educaron en la disciplina de mi libertad – las mismas que me enseñaron a escuchar siempre lo que mi corazón decía), donde la gente ya no se atreve a decir lo que siente, mucho menos lo que piensa.
Nos hablan de cutre trabajos por 500 euros, que debemos aceptar, para no engordar las listas del paro, para alimentar la sed de placer de ocio de aquellos países que han visto en nosotros una vez más el tercer mundo.
Que vienen a España a vivir a cuerpo de rey, a precios low cost y todo a golde de “relaxing cup of café con leche”. Tres euros para ellos, dos para el Estado con IVA, seguridad social e IRPF por medio; 0,60 céntimos para el cantinero y 0,40 para alimentar una familia.
Los que disfrutan del sueldo rebajado, y no sólo en febrero o agosto, tienen miedo a perder su puesto y callan, y aceptan jornadas interminables, fines de semana con el iPhone phone de su empresa conectados en proyectos que no son nuestros, sino de nuestros nuevos colonizadores…
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Y luego están los “manager low cost” que con trajes de todo a cien y batas frescas de verano, no sin descartar en un futuro no muy lejano las “brasilerias” made in China, aceptan acosar y presionar a los trabajadores por unos cuantos garbanzos más al mes, acoso que disfrazan con conceptos como cambio de cultura o ideas sin contaminar.
Ya tenemos miedo a manifestar nuestro sentir y decimos que “estoy contento porque he vuelto de vacaciones y tengo trabajo”, aunque no pueda llevar a mi hijo a clases de música aún sabiendo que es su sueño porque ha ocupado su sitio el hijo de cierto apellido a 450 euros al mes, tenga que ir la abuela a recogerle a la hora del comedor para ahorrar unos céntimos, y estemos sin ayudas de ningún tipo y menos dirigidas a la familia, a la sanidad y a la educación de los que son ahora “nuestros pequeños”.
Y seguimos ahí sentados con el miedo a las espaldas… retrocediendo porque al final un buen marketing de ideas retro funciona tan bien como una tienda de moda vintage.
Y empezamos a hacer que nuestros hijos sientan miedo, que empiecen a aceptar el miedo como forma de vida, por el que nos pasará, o el qué dirán, hasta el punto de empezar a acuñar las banderas nacionales de “no al aborto”, “no al matrimonio gay”, “que los homosexuales no tengan hijos”, “que las solteras no sean madres y mucho menos las lesbianas”… un giro de 180 grados a la cutre España.
Solo pequeños brotes gritan en estas grandes metrópolis ya envueltas en basura, y no solo de esa basura con la que ya convivimos en nuestras calles imitando lamentablemente los campos de cultivo de plásticos de nuestros vecinos del sur, sino también de la basura ideológica que se nos empieza a vender.
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Ahora si que podemos estar orgullosos: hemos acuñado lo malo de nuestros vecinos del sur y lo malo de nuestros vecinos del norte, cuando toda la vida nos enseñaron que de los demás lo que hay que aprender es de lo bueno que tienen…y !mira qué tienen cosas buenas tires para donde tires!
Y yo, a quien le costó muchísimo trabajo vencer el miedo a vivir, que me causo mucho tiempo perdido en mi vida – y todo por culpa de esa ideología de refranes como “el buen paño en el arca se vende”- , queriendo satisfacer y complacer a los demás…
Miedo a confesarle a un chico que me gustaba, miedo a decirle a otro que ni sentía ni padecía cuando me tocaba, miedo a morirme sin atreverme a encontrar el punto G, miedo a elegir la forma de vestir, miedo a saber vivir sola sin la necesidad de ir siempre de la mano de él, miedo a independizarme, miedo a conducir por el mundo siendo mujer, miedo a buscar trabajo y no perderlo, miedo a querer ser madre fuese cual fuese mi condición civil, miedo a superar un mobbing laboral, miedo a reírme cuando me viniese en gana, miedo a adoptar en un país lejano con costumbres muy distintas a las mías, y sobre todo miedo a ser yo…
Ahora, ahora que vivo sin miedo, que sé que no hay peor tragedia que la de vivir con miedo, no estoy dispuesta a volverme a vestir con ese traje que muchos se empeñan en decirme que es el que mejor me queda.
Y, ¿de verdad te lo quieres poner tú? Por si acaso estás pensando en vestirte a diario con ese traje o ya lo llevas puesto, recordarte que el miedo es siempre tu peor compañero de viaje, porque se apodera de tu vida, para vivirla él, o lo que es peor, para vivir tu vida quien te “vistió de miedo”.
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