Sí, ayer tuve un día de mierda. De esos que te hacen recordar *La insoportable levedad del ser, por cierto, maravilloso libro de Milan Kundera… pero al que añadiría levedad de ser madre, la insoportable levedad de ser madre.
*Rosa Maestro @Masola_org @rmaestrom
¿Holaaa?… estamos aquí , ¿alguien se acuerda de nosotras?
Y no ahora que estamos confitadas. No, de antes, de mucho antes, quizás desde que nos comimos “el fruto prohibido”. Estoy harta, sí, estoy harta y #yanopuedomás.
Los ancianos necesitan atención, sí; los niños necesitan atención, sí; el país necesita atención, sí; la economía necesita atención, sí. ¿Y yo, la madre, las madres?
Teletrabajar cuidando hijos, pequeños, medianos o adolescentes, es un infierno. Es imposible coger teléfonos, atender videollamadas, participar en los zoom, teams, skype... todo eso que hemos aprendido a la velocidad del rayo mientras escuchas pelearse a tus hijos, mientras tratas de que dejen de insultarse porque uno le quitó a otro el último folio que quedaba y Amazon tardará dos días más en traer ese paquete de folios a precio de oro; mientras intentas resolver una duda lingüística al mismo tiempo que dices una y otra vez: “de matematicas no tengo ni idea, nunca tuve ni tengo ahora, ni me interesaron antes ni me interesan ahora”; tampoco de dibujo, física o química; soy de letras, de letras… antes del confinamiento, durante el confinamiento y después del confinamiento…
Ya son las 10 de la mañana, levantar de la cama a la familia es misión imposible, casi mejor que sigan durmiendo, total es el único momento que tengo para mi…
¿Para mí? No, para mi no, lo tengo para las lavadoras, para la escoba, para los baños, para escribir medianamente concentrada, para teletrabajar aún siendo sábado.
Sí, me quedé dormida a las cuatro de la madrugada y a las ocho estaba en pie porque es sábado y hoy y mañana no sonará el teléfono, no tengo zooms, ni teams, y el equipo también está a estas horas durmiendo.
Y tengo que darme prisa porque pronto serán las doce, la hora de… “¿Los baños? Por favor, haced los baños, haced los baños, por favor podéis hacer los baños”, “¿alguien limpio las cacas de los gatos?” … “Si ya voy”. “LLevas viniendo desde antesdeayer”…. “Joder mamá, !qué pesada!” ,”Por cierto hoy le toca a mi hermana poner la mesa, que ayer yo la puse y la quite, que aunque no te lo creas lo llevo contado…”
Un email, dos email, tres email, veinticinco email. Son de no sé qué cosas están haciendo en clase con el “Class Room”. Le hice una carpeta para meterle todas estas tareas y que ella lo vaya viendo sola porque no puedo con una plataforma más, ni sé ni quiero saber del “class room”…
Miro la carpeta… Creo que hay 35 email sin abrir todavía…¿Qué ha estado haciendo? Viendo series, videos, tik tok (creo que me voy a hacer uno con estas pintas de metamorfosis en auténtico “Ugly Bird” diciéndole al mundo que estoy “hasta el coño” de ser madre , de se madre invisible, de ser madre invisible confitada)…
No, no puedo más… No, lo de ser mujer y madre nunca fue fácil, pues ahora menos. Somos las eternas cuidadoras, las eternas de “todo irá bien, tranquilos, esto también pasará”, pasará para vosotros, nosotras nos lo comeremos, haremos su digestión pesada, echaremos aquello que no nos sirva para el futuro, aprenderemos de ello y seremos aún más fuertes si cabe. Somos madres,hijas, amigas, amantes, psicólogas y cuidadoras, sobre todo cuidadoras… ¿Y dónde estoy yo? Aquí, en este preciso momento haciendo la digestión del día de mierda de ayer.
¿Cómo dices?, ¿Que tengo que establecer unas rutinas….? La rutina desaparece desde el mismo momento en el que después de levantarme, entro en el cuarto de baño y mientras trato de hacer pis conecto el móvil y entra de todo menos música de Bach al piano y violín…
Ni tiempo para hacer ejercicio, menos para usar la App que me baje de meditación, leer a trompicones y de cinco en cinco minutos; series solo por las noches y porque sufro de insomnio, sí de insomnio, de esos que hace que sean muchos días las seis de la madrugada y me haya visto los ocho capítulos de la cuarta temporada de La Casa de Papel, y si puede ser en inglés para no tener que pensar; sí, no tener que pensar en la mierda de día que he tenido. El jueves también me trague entera “Unorthodox”; claro que todavía me hizo sentir peor como mujer y madre…
Lidiamos con nuestros hijos, con los que tienen un comportamiento al uso y con los que no, con los que tienen TDH, autismo, hiperactividad, déficit de atención, dislexia…, con los que tienen necesidades especiales aprendiendo con ellos a diario y superando con ellos a diario; y con los que simplemente no desean que los días sean normales, aprendiendo con ellos a diario a mejorar nuestras relaciones familiares; y no de ahora, confitadas, no…. viene de atrás, porque al nacer nos tatuaron a fuego en la piel a cómo cuidar, lidiar, superar y no abandonar nunca el barco, y en el caso de no tener más remedio ser las últimas en subir al bote salvavidas.
Lidiamos con nuestras parejas (por suerte ese reto no está en mi agenda porque lo eché por la borda del barco hace unos años – ya no podía con tanto peso-) a las que muchas, sobre todo de mi edad, aún tienen que escuchar: “No se de que te quejas, hoy te he ayudado mucho”. ¿Sexo?, confitada no sé cuando fue el último día en que pensé que eso existe. Antes, sin estar confitada tampoco, porque lo tiré por la borda del barco junto a él, aunque es verdad que de vez en cuando ponía algo de carnaza en el anzuelo y dejaba que subiese un rato.
Lidiamos con nuestros pobres padres que o están enfermos, están en casa solos, o los hemos tenido que despedir -ahora en la distancia – y todavía asoman en nuestra conciencia culpable…; con nuestras amigas, con las que hacemos el trueque silencioso de “hoy te escucho yo a tí y te desahogas, y hoy me escuchas tú a mi y me desahogo”. Pero sobre todo lidiamos con miles de emociones de culpabilidad que tratamos de tender a diario junto con las sábanas para ver si se airean.
Sí, nos sentimos culpables por haber tenido a nuestras padres en unas residencias y ahora no poder ni siquiera despedirnos de ellos; o haberlos dejado solos en hospitales, o en sus casas, y no poder estar al mismo tiempo que ayudamos en los deberes, preparamos el puré de calabaza que tanto gusta (entre remover y remover participamos en la reunión del teams del equipo para saber cómo saber qué hacer si el ERTE te toca en el mes de mayo), atendiéndoles, besándoles y cuidándoles.
Sí, nos enseñaron a cuidar hasta la saciedad y si no lo hacemos, somos tan imbéciles que nos sentimos culpables. Y llamamos cien veces al día y preguntamos: ¿Cómo estáis?
Si te dicen que bien, te relajas un poco sino… “venga papá, arriba, que de esta sales, que dentro de poco estarás ya en el pueblo, con mamá”… Si, con mamá, con mi madre, eterna enferma silenciosa, arrastrando un cáncer en su pasado, una enfermedad degenerativa en los huesos, y arritmias cuando quieren venir a visitarla, porque claro… todo esto debe ser porque “ella nunca trabajo, solo fue ama de casa y nadie comprende como las mujeres terminamos así”.
Y en éstas, a sus 81 años, todavía es capaz de sacar ese “quiero que volvamos a intentarlo” de su subconsciente de mujer y madre y se convierte de nuevo en esa cuidadora que siempre fue, y después de mes y medio “confitada” ni asomo de su enfermedad degenerativa, ni de sus arritmias, ni del lastre de su cáncer. “Lo de tu madre es un milagro, dice mi padre”.
¿Un milagro? Sí, las mujeres, las madres somos un un milagro para este mundo pandémico, no de ahora, de siempre. Y ahora, siendo las eternas olvidadas, las nunca recompensadas, las que jamás recibimos aplausos (sí muchos reproches, discriminaciones, injusticias, violencia y violaciones), las que después de atender a ciento de pacientes y despedir a muchos de ellos como si fuesen sus padres, las que llegan a sus casas y se desinfectan de arriba a abajo, las que de camino compran cinco bolsas de comida y a las once de la noche desinfectan envase por envase, las que a la una de la madrugada terminan su teletrabajo porque durante el día les fue imposible, las que consuelan a sus padres, parejas, hijos, amigos…. las que… las que seguiremos siendo las eternas olvidadas.
Las que hoy han cerrado sus pequeñas empresas, sus pequeños negocios que levantaron cuando la crisis del 2008; porque fueron las que fueron despedidas elevando la estadística del sexo o género más afectado, a las que les dijeron que “ya no daban el perfil”; las que a pesar de no saber cómo pagarán los impuestos del mes que viene ni cómo saldrán adelante, siguen cuidando sin cuidarse.
“Hija mi hermana y yo cogimos a todos los chiquillos y salimos de Madrid corriendo mientras los hombres estaban en la guerra, llegamos hasta Cuenca, allí nos metimos todos en una pequeña casa, hicimos de todo para poder comer… tu tío que era el mayor y y nos encargamos del estraperlo; mientras la tía María se hacía cargo de la casa. Un día oí rumores de que a tu abuelo lo iban a matar en la cárcel igual que a su hermano; me tuve que plantar y hacer lo que fuese por sacarle de allí; al final salió, tu madre acababa de nacer y ni siquiera sé cómo lo hizo porque un mes antes de llegar a Las Casas Bajas de Cuenca me caí por las escaleras de un refugio mientras huíamos del bombardeo.
En otra ocasión creo que tu madre no hubiese nacido porque aún me duele el cuerpo del golpe que nos dimos; pero me levanté, ví a otras mujeres con sus hijos, a los ancianos y a mi madre exhausta y dije: “de ésta salimos, mi madre, mi hija y yo”… porque evidentemente cariño, el bebé tenía que ser mujer, quien sino me iba a haber levantado de aquella caída sino otra aún más fuerte que yo“, me contó mi abuela una tarde de otoño mientras hacía torrijas.
Sí, cuando esto termine, volveremos a ser las mismas de la postguerra de la II Guerra Mundial, de las de la postguerra de la I Guerra Mundial, de la poscrisis del 29, de la post crisis del 2008, de….. y volveremos a tatuarnos que el mundo no podrá sobrevivir si nosotras no nos levantamos de esta como si nada hubiese pasado, que seremos de nuevo las encargadas de la reconstrucción de una sociedad emocionalmente por los suelos, que seremos las primeras en besar, abrazar y querer…, las primeras en ayudar porque solo saldremos ayudándonos entre nosotras – si alguna espera algún otro tipo de ayuda económica, social, política…- que deje de soñar y vaya llamando a su hermana, amiga, madre, tía para ver si “entre las tres nos organizamos, si puede ser”, como cantaba Sabina.
Organizarnos para pararle los pies al reloj que apague el sol de los nuestros… de volver a procurar todas las noches que los nuestros hayan cenado, que estén bien tapados, que se hayan lavado los dientes, de recoger los cojines por los suelos, de llamar a nuestras madres – si es que están con nosotras – y decirle: “Buenas noches mamá, cuida de papá” …
Que sea lo que deba ser.. Tendremos que aguantar lo que nos toque, no hay otra, de todos modos no tiene arreglo,
Buenos días. Son las 9 de la mañana, la lavadora ya viaja sola. Las niñas duermen. Quizás mejor que sigan durmiendo.
¿Mamá, buenos días?, ¿Qué tal papá?… Hoy un poco mejor, se tomo una pastilla y al menos hasta las seis de la mañana dormimos porque no le molestó el estómago; lleva días muy malos, el médico le ha dicho que seguramente son nervios, aunque tantos días, igual es algo más. ¿Y tú? Yo estoy bien hija, es un milagro, después de 45 días no me ha dado nada de lo mío, nunca he estado tanto tiempo sin que me de.
¿Y tú hija, cómo vas? Bien mamá, hoy me he vuelto a levantar como si ayer no hubiese sido un día de mierda… Es un milagro mamá que lleve tantos días, tantas semanas, tantos años, tantas décadas, tantos lustros, tantos siglos así y todavía no me haya dado nada de lo mío. Te quiero mamá.
*La insoportable levedad del ser (en checo, Nesnesitelná lehkost bytí) es una novela del escritor checo Milan Kundera, publicada en 1984. Ambientada en Praga durante 1968, La insoportable levedad del ser trata de un hombre y sus dudas existenciales en torno a la vida en pareja, convertidas en conflictos sexuales y afectivos. La novela relata escenas de la vida cotidiana trazadas con un profundo sentido trascendental: la inutilidad de la existencia y la necesidad del eterno retorno de Nietzsche por el que todo lo vivido ha de repetirse eternamente, solo que al volver lo hace de un modo diferente, ya no fugaz como ocurrió en el principio.