Madres solteras por elección.
Rosa Maestro @rmaestrom @Masola_Org
Hoy en día es más fácil, o al menos así lo percibo yo. Las redes inundan sus páginas de post, artículos, entrevistas y alabanzas a la diversidad familiar. Pero el recorrido no ha sido sencillo, ni lo va a seguir siendo, la maternidad clásica siempre tiene miedo a dejar hueco a esas otras madres.
No son las mujeres, suelen ser las instituciones, las políticas, las religiones y los beneficios adquiridos, los que se empeñan en poner barreras, en no dejar paso a una realidad: las otras madres y padres. Y eso que en estos años hemos ganado mucho.
Recuerdo mis 20 años como si fuesen hoy.
Una maternidad distinta a la establecida estaba lejos de mis pensamientos. Ni siquiera era capaz de alcanzar ese pensamiento.
Pese a mis inquietudes, pensé que me casaría y tendría al menos tres hijos, como mi madre, como mis abuelas…
Pero el tiempo pasaba, y los amores y desamores también. Yo me llenaba de libros, de viajes, de vida… y los esquemas de matrimonio feliz con sábado de compras empujando a un carrito lleno de viandas y artículos de limpieza se desvanecía.
Se iba muriendo poco a poco la idea preconcebida, la que me enseñaron, la que me inculcaron, como si no hubiese otras más, y es que en verdad, por los años 80, no había otras más.
Por aquel entonces, cuando las revistas de moda y belleza comenzaban a triunfar en España, las mujeres comenzábamos a saber algo sobre nuestra propia sexualidad – algo -, sobre nuestros deseos, sobre nuestros derechos, sobre nuestras inquietudes.
Y la verdad es que aunque deseaba encontrar ese príncipe azul protector que desde pequeña me habían desdibujado como el sentido de mi vida, me aterrorizaba la idea de una vida con una sola ruta: el matrimonio y los hijos.
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Los amores desdichados fueron mi suerte. Sí, lo que en unos momentos supuso la desilusión, el complejo o por qué no decirlo, conatos de depresión, fueron los que me hicieron fuerte y caminar por donde tenía que caminar.
La imagen de una abuela sacrificada toda su vida por el amor de un hombre, – mi abuelo – que aún sin saber si en algún momento la amó y que le hizo la vida imposible, jugaba en torno a mis pensamientos.
Las ganas de vivir, de experimentar, de hacer algo diferente, también rondaba mis pensamientos.
Y así llegó el momento en el que la diversidad familiar, ya entrado el nuevo siglo, empezaba a pegar fuerte y yo me convertía en parte de ese abanderamiento.
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En mis años jóvenes ser madre soltera era aún un desprestigio, un “pobre mujer abandonada”, donde se juzgaba y criticaba más a la mujer que al hombre que osaba abandonarla o como se decía: “le hizo un hijo y se largó”. “Le hizo un hijo” como si los únicos que hiciesen hijos fuesen ellos, los hombres, por aquel entonces.
Y con éstas, me pase toda mi época universitaria evitando un embarazo, no ponía un remedio, ponía todos los que había en el mercado. Mi mayor temor era convertirme en madre soltera y joven.
Y mira por donde, bastantes años después, me convertí en madre soltera, no tan joven, pero curiosamente elegido por mí.
Muchas batallas conmigo misma tuve que librar hasta llegar a la conclusión de que esa era mi vida, y que iba a ser feliz, la mujer más feliz del mundo con mi elección.
Y lo hice, hace ya quince años y repetí hace otros diez años… Y abanderé la diversidad familiar como si la causa fuese mía, que lo era. Y hoy en día me satisface las muchas mujeres – y algunos hombres – que, en estas casi dos décadas, se levantan orgullosas de haber elegido su familia no clásica, o si no lo han elegido, orgullosas de tener la familia que tienen.
Son solo unos años en la Historia de la Maternidad Diversa, pero muy importantes, porque han marcado un curso del que es difícil de retroceder y que supone la “libertad de la mujer a ser madre cómo, cuándo y con quién quiera” sin miedo a ser juzgada.