La vida, de vez en cuando, y casi siempre cuando menos los esperamos, nos regala esos momentos de caída, sino en picado, levemente deslizándonos hacía el vacío.
Y yo me encuentro en uno de esos momentos. Un día me levanto, me miro en el espejo, el que tengo colgado en la pared y el que me observa hacía adentro y no me veo.
No me reconozo. Ese cuerpo no es el tuyo. Ni por fuera ni por dentro.
¿Qué ha pasado? Ha pasado un tsunami llamado premenopausia, menopausia y post menopausia por mi vida.
Y aunque una es fuerte porque no es el primer tsunami al que se enfrenta y sabe que no queda otra que dejarse llevar por él hasta llegar a puerto, a buen puerto (o lo que los psicólogos llaman pasar el duelo), es duro, muy duro dejar la eterna juventud.
Es muy difícil, y nunca pensé que lo sería tanto para mí, no solo aceptar la caída muscular, las rodillas atrofiadas, el incremento de verrugas, lunares, y hormonas que llegan y otras que se van. Ánimo arriba, ánimo abajo.
Hace un año justo me dijo mi ginecóloga: “Osteoporosis. Cuidado ya con las caídas”. Y salí de allí como que la cosa no iba conmigo.
Yo, con mis cincuenta y tantos, que estoy divina alzada en mis tacones. Un año más tarde me caí y no fue una caída estrepitosa, solo una caída con una magulladora en la rodilla.
Tres días más tarde los dolores inmensos de una rodilla, que no rota pero si repleta de hematomas internos me dejó postrada entre el sofá y la cama.
Y es ahí donde comienza la crisis. No quiero, no quiero empezar esta caída de cuerpo, alma y espíritu. No quiero ver a esas jóvenes corretear por la playa con esos cuerpos espléndidos, y no por fuera, sino por dentro y yo, cada mañana sentir que para levantarme de la cama y echar a andar necesito una grúa.
Y no solo queda ahí esa ansiedad hecha nudo en el estómago, que encima ahora, aunque no comas, ni siquiera te permite adelgazar.
Después de mes y medio de crisis y poco alimento una crea que se va a quedar como esas mujeres maduran que acuden a Supervivientes… Claro, que cuando llegó a pesarme, no solo no he adelgazado sino que he engordado.
No será más que un nuevo reto. Uno más que yo creí sería mucho más sencillo que los otros anteriores por su aparente simplicidad; pero no, es fuerte y es una tormenta difícil, quizás mucho más difícil de lo que yo pensaba. Aún así lo pasaré y aprenderé de él, como siempre.
Y he aquí que si antes nunca me informaron de mi fertilidad ni de la caducidad de mi reserva ovárica, me encuentro con que ahora tampoco nadie me ha informado de mi esterilidad, de mi cuerpo secano como la mojama, ni del vaivén de mis emociones, en un momento de la vida en la que nuestros hijos dejan de pertenecernos y nos encontramos de nuevo con media vida que ocupar porque ellos ya la desocuparon.
No, nadie nos prepara…. y de nuevo me encuentro sorprendiéndome cada día a mi misma con nuevos síntomas y emociones, que a buen seguro, pasarán el duelo y darán paso a ese aprendizaje que hará que mi nueva vida como mujer, que la nueva mujer aparezca para agarrar con fuerza e ilusión la nueva etapa.
Caerse está permitido y ahora ando por los suelos tratando de llegar hasta el pozo. Deseo entrar en él porque sin entrar en el pozo no se sale del pozo, coger su sabía y levantarme, porque levantarse es obligatorio.